Mucho se habla de inclusividad. De la necesidad de que todos los alumnos compartan un espacio y un tiempo común. De que ningún niño, niña o joven se quede sin la oportunidad de desarrollar sus capacidades dentro del sistema educativo. De que la escuela no sea excluyente. Pero pocas son las indicaciones que se dan a los docentes para afrontar el día a día dentro de las aulas ante una realidad tan diversa como compleja.
Se habla de métodos cooperativos, de proyectos solidarios, de igualdad de derechos, pero de respeto a las diferencias de todo tipo,… como si el mero hecho de aplicar sistemáticamente un método didáctico o abordar el mismo proyecto solidario año tras año, convirtiera a un grupo heterogéneo y dispar en un colectivo de incipientes ciudadanos-modelo, dechado de virtudes. Sin embargo, por muchos cambios metodológicos que se apliquen, por muchas actividades cooperativas que se pongan en juego en clase, la inclusividad se va al traste si no se respetan las diferencias en cuanto al ritmo de aprendizaje de los alumnos. Si nos emperramos en que todos los alumnos lleven el mismo ritmo, trabajen sobre una misma idea de proyecto, realicen las mismas actividades, memoricen los mismos contenidos, y lo que es peor, les evaluemos de la misma forma que hace décadas (es decir, les acostumbremos a un estudio bulímico, en el que memorizan muchos datos para luego vomitarlos en una hora, y prepararse para el siguiente atracón), no habremos entendido absolutamente nada de nada.
Si el sistema educativo quiere inclusividad, necesita cambiar las reglas del juego. No puede funcionar como una fábrica, con sus cadenas de montaje. Y no necesita cambiar de recetas (métodos, actividades, contenidos,…). Lo que requiere es cambiar el modo de cocinar. Favorecer el aprendizaje personalizado. Centrar todo el proceso en el alumno, y no en el programa de la asignatura, ni en un método monolítico. Y aquí entra el currículo diferenciado, o como también he visto traducido al castellano, el currículo diversificado.
«La diferenciación curricular es el proceso de modificar o adaptar el currículo de acuerdo con los diferentes niveles de capacidad de los estudiantes en una clase»
No es una definición mía, sino de Darlene Perner, y la puedes encontrar en la página 14 del libro «Changing Teaching Practices, using curriculum differentiation to responde to students’ diversity», publicado en el año 2004 por la UNESCO, y que puedes descargarte gratuitamente pulsando con el ratón encima del título.
¿Qué es lo que se modifica o adapta en el currículo? No sólo los niveles de complejidad del contenido; también los tipos de contenido, y los métodos de presentación del mismo, de trabajo escolar y de evaluación. En el mismo espacio y tiempo, diferentes alumnos interactuando de forma diferente con su docente, trabajando de manera diferente, y sobre diversos temas o tópicos simultáneamente. ¿Qué puede salir mal?
Esta forma de trabajar no es innovadora, ni mucho menos. Las maestras y maestros de las escuelas rurales unitarias han tenido que manejarse con estas situaciones constantemente, y el mundo educativo no ha colapsado. Es más, probablemente las experiencias vividas hayan sido profundamente enriquecedoras tanto para los docentes como para los aprendices. Pero no han sido sólo las escuelas unitarias las que han contado con aulas diferenciadas (o diversificadas). Carol Ann Tomlinson en su libro «El aula diversificada», publicado en el 2008 por la editorial Octaedro, recopila diferentes ejemplos de aulas diversificadas a las que ha tenido acceso, dirigidas por maestras y profesores de diversos niveles educativos que han apostado por una enseñanza más personalizada. En estas aulas diversificadas tienen cabida, por supuesto, los alumnos más capaces, a los que esta forma de trabajo les permite avanzar a su ritmo, hasta donde ellos puedan o quieran.
Durante las siguientes entradas, voy a ir resumiendo y detallando cómo se trabaja en un aula diversificada, en la que se diferencia el currículo para adaptarlo a la realidad de cada alumno. Y también cómo los docentes pueden ir realizando cambios progresivos, poco a poco, para adaptarse a esta realidad cada vez más frecuente de aulas complejas y extremadamente heterogéneas.
En mi país (Venezuela) está prevista, en el marco del aula integrada, y en el diseño curricular, la diferenciación según las necesidades y ritmos individuales. Es más, bajo el modelo de proyecto de aprendizaje, los niños son partícipes de diseño de aprendizaje de cada tramo. Es una belleza. Esto permite manejar efectivamente un aula inclusiva, donde se respete el ritmo y necesidad de aprendizaje de cada niño o niña. Pero la realidad, es que a los docentes no les interesa la carga de planificación, investigación e implementación que esto conlleva, así que al final nos gastamos tremendo programa educativo, belleza de currículo y… el aula sigue siendo la misma.
Acabo de encontrar esto. Deberíamos poner en común este tipo de recursos para que todos los profesores y alumnos pudieran hacer uso de estos medios.
Me pregunto qué experiencias reales hay por ahí con una legislación en la que se determinan los contenidos para cada curso (aunque se haga más hincapié en las competencias, se siguen postulando determinados contenidos) y cómo se «encaja» el currículo personalizado en las programaciones de aula. Me gustarían ver casos reales de secundaria, pero ¿porqué nunca me los muestran en los cursos de formación del profesorado? ¿Podría intentar hacer algo así sin que se me echen encima algunos padres pro-homogeneización y pro-sistema actual? ¿Qué defensa recibiría de mis superiores? Demasiadas preguntas y pocas respuestas. Al menos de parte de los que teóricamente me tienen que preparar para hacerme más competente en mi trabajo. Poco trabajo cooperativo entre profes y poca evaluación de lo realizado cada curso en los centros.