Algunos padres o madres puede que se sientan identificados con el discurso que aparece unas líneas más abajo en cursiva. Se repite más de lo que sería deseable. Voy a poner en boca de un padre una respuesta a una pregunta que con frecuencia le suelen hacer algunas personas del entorno educativo, cuando osa sugerir que su hijo o hija podría tener altas capacidades intelectuales. Tal osadía tiene un coste, que suele ser un cierto desprecio latente, un gesto facial que deja ver una nube de pensamiento en la que está escrita la frase…«Pero éste, ¿qué se habrá creído que tiene en casa?». Por eso muchos padres y madres callan, y prefieren que su hijo aguante estoicamente durante 10 años de su vida una lenta y pesada travesía por el desierto. Aguantan, hasta que comprueban que su hijo comienza una progresiva e inexorable desadaptación escolar, y al final dan el paso al frente y traspasan la línea que antes no se atrevían a cruzar. Y entonces reciben la pregunta_bofetón: «Pero tú, ¿qué es lo que quieres?»:
«¿Que es lo que quiero?, me preguntan a mi, al padre de un niño singular. ¿Qué es lo que quiero? Muy fácil: quiero que mi hijo crezca feliz dentro del colegio y fuera del colegio. No quiero que deambule por los pasillos y las aulas como un fantasma acosado. No quiero que un matón lo arrincone en una esquina, ante la mirada indiferente y cobarde de sus otros compañeros y la irritante ausencia de los adultos. Quiero que pueda hacer amigos, que pueda hablar de esos temas que le interesan y que se aproximan a las fronteras del conocimiento. No quiero que ningún profesor lo ignore por considerarlo un «sabiondo» o lo ponga en evidencia y lo ridiculice ante el resto de la clase. Quiero que pueda imaginar con libertad, que pueda crear y construir, que se sienta útil, que vea que su trabajo sirve para algo. Quiero que todos los días sean para él un reto alcanzable. No quiero que se apague durante diez años de su pequeña existencia como una vela que ha consumido el oxígeno que la rodea. No quiero que vosotros, maestros y profesores, le hagáis repetir hasta la saciedad todas aquellas consignas y rutinas que ya conoce de otros cursos. Quiero que le ahorréis el tiempo que dedica a aprender de nuevo lo que ya sabe. ¡Demonios!¡Nadie aprende lo que ya sabe!. Quiero que le acompañeís en su despegue, que abráis las ventanas del conocimiento, que le ayudéis a subir las escaleras poco a poco, no que le pongáis la zancadilla o le golpeéis bien fuerte en el alma por no seguir obediente los pasos del rebaño. Quiero que respetéis a mi hijo. ¿Está claro lo que quiero?»
Me has dejado sin palabras, has expresado nuestro sentir al detalle.
Gracias.
Como conozco tu forma de proceder, solo quiero decir que estoy deseando poder leer tu trabajo; porque seguro que va a merecer la pena.
Apreciado Juan Carlos,
Aciertas en que un padre pueda sentirse identificado con la historia que relatas. Tu experiencia propia y ajena hace que no falles en decir «en voz alta» cuales son los problemas que sufrimos tantos padres e hijos. Sin embargo, tu estilo de expresar qué queremos para nuestros hijos, para su educación, … es muy meritorio. Me ha impresionado.
Hombre, no sabía que también te habías animado a bloguear.
Espero leerte mucho más por aquí.
Un abrazo.
No lo podría haber dicho mejor.
No sabía que tenías este blog.
Un abrazo