Ya hace tiempo que deseaba escribir esta entrada. Una entrada que deseo dedicar a todos los docentes (o al menos eso dicen ellos que son) que a través de las redes se dedican a cuestionar con dureza a compañeros suyos que quieren ir más allá del esquema «alumnos en silencio-exposición del maestro-dudas-ejercicios del libro de texto-alumnos en silencio-examen escrito». Aquellos que tienen hijos, sobre todo en la etapa secundaria, estarán acostumbrados a las protestas más o menos enérgicas que escuchamos de ellos a la hora de la comida o de la cena, sobre su relación con uno u otro profesor o profesora durante la última jornada escolar vivida, a cuenta del método seguido durante la clase. Y me estoy refiriendo siempre a alumnos que no tienen problemas para, al menos, aprobar todas (o casi todas) las asignaturas regularmente. No quiero entrar en lo que espetan los alumnos más complicados.
Lo que voy a contar ocurrió de verdad pero, por prudencia, voy a enmascarar la identidad de las personas que participaron en el suceso. Eso sí, me centraré en la Comunidad Autónoma de Aragón, por razones obvias que los lectores entenderán pronto. Pongamos que una alumna genérica, de 2º de la ESO, de las que una evaluación tras otra aprueban todas las asignaturas, está aborrecida de la forma en la que la mayoría de sus profesores y profesoras imparten las clases a las que asiste. Un sentimiento que comparte con sus compañeros y compañeras de aula con los que tiene cierta relación. Y también manifiesta sus quejas con frecuencia en casa, ante sus padres. Ese será nuestro punto de partida.
Los profesores conocen lo que piensan sus alumnos, no viven en otro planeta. Discuten con ellos sobre este tema, escudando sus argumentos en la necesidad de impartir el currículo, en lo imprescindible que es estudiar y realizar los ejercicios y trabajos para aprobar, y en la poca receptividad que manifiestan sus estudiantes cuando, de vez en cuando, se atreven a realizar pequeños cambios en su método. Pero hay veces que este debate toma un cariz de sorna y prepotencia por parte del adulto, que mira con cierto desdén al inmaduro menor de edad que tiene delante.
Un día, en clase de Lengua Española y Literatura, la profesora encargó a sus alumnos, como ejercicio del tema (que estaba propuesto por el libro de texto), escribir una instancia dirigida a la autoridad que quisieran (el libro de texto sugería que fuese al Ayuntamiento de la localidad correspondiente). Una instancia reivindicativa, solicitando solucionar algún problema cercano. Un trabajo que, a mi modo de ver, resulta mil veces más útil y práctico que analizar la sintaxis de una oración enlatada. Sin ningún género de dudas. La docente invitó a nuestra alumna a que dirigiera la instancia al Departamento de Educación, ya que era conocido por todos su beligerancia por conseguir un sistema educativo más motivador. Este era el momento de pedir. Claro está, la propuesta llevaba su dosis de veneno. Como en las redes y en los medios de comunicación nuestros adolescentes aparecen por debajo de la media europea tanto en competencias matemáticas como lingüísticas, la probabilidad de que una alumna de 2º de la ESO diera el nivel suficiente como para realizar una petición contundente a la administración educativa, era bastante baja. El resultado sería fácilmente criticable. No haría falta ni leerse «el arte de tener razón» de Schopenhauer para dejar en evidencia a la alumna delante del resto de la clase.
Obviamente, acostumbrados al trabajo rutinario del mínimo esfuerzo, todos los alumnos, incluyendo nuestra alumna, decidieron ir a lo establecido: preparar una instancia dirigida al alcalde, para reclamar por un asunto doméstico (asfaltado de alguna calle, recogida de basuras, limpieza de parques, etc.). Y todos ellos las expusieron al día siguiente, con la lógica frustración de la profesora, que no tenía excusa para debatir sobre el tema metodológico didáctico. De manera que volvió a la carga. Volvió a tentar a nuestra alumna, buscando las razones por las que no había querido entrar en el asunto, pero ella se mostraba esquiva, no quería conflictos.
Pero apareció el golpe de autoridad. Ante la negativa de nuestra adolescente a colaborar voluntariamente, su profesora le obligó a preparar una instancia dirigida al Departamento de Educación protestando por el sistema y pidiendo un cambio de orientación. Se acabaron las contemplaciones. Delante de toda clase y sólo a ella. ¿Un trabajo de ampliación, o una trampa maquiavélica? Os podréis imaginar cómo llegó esta alumna a su casa esa misma tarde, enfadada a la vez que ofuscada.
Hete aquí que su padre era un visitante asiduo de este blog, militante del asociacionismo, y conocedor de la normativa educativa. Realizó una búsqueda en Internet, y abrió un documento en formato PDF que está a la vista del público en general. Este documento no es otro que la «ORDEN ECD 489/2016, de 26 de mayo, por la que se aprueba el currículo de la Educación Secundaria Obligatoria y se autoriza su aplicación en los centros docentes de la Comunidad Autónoma de Aragón» (podéis descargarla pulsando en el enlace). El documento apareció en pantalla, el padre buscó el artículo 12, «Principios metodológicos generales»(página 11), señaló con el dedo el primer párrafo, y le dijo: «-Lee».
A partir del segundo párrafo, los ojos de la niña comenzaron a abrirse cada vez más, a la par que lo hacía su boca, en una expresión de asombro, perplejidad, incredulidad y enojo digna de haber sido registrada con una oportuna fotografía o vídeo. No hizo falta más. No hacía falta estrujarse las meninges para preparar la instancia. La cosa estaba bastante clara. El resultado de ese trabajo, es el que os transcribo literalmente (incluso con las imperfecciones propias de la edad de la suscribiente):
«Fulanita de tal y de tal, alumna de 2º de la ESO, del centro xxxxxxxxxxxxx,
EXPONE:
Que en la Orden ECD/489/2016, de 26 de mayo, publicada en el Boletín Oficial de Aragón el 2 de junio), se aprueba y autoriza la aplicación del currículo en los centros docentes de la Comunidad Autónoma de Aragón de la Educación Secundaria Obligatoria, de el artículo 12, unos principios sobre métodos de enseñanza válidos para toda la etapa. Unos métodos que en el día a día de las aulas del instituto se incumplen de manera continua. Estos principios son:
- La atención a la diversidad de los alumnos. No se ha visto que se realicen acciones para conocer las características de cada alumno, ni en cuanto a estrategias, recursos, técnicas, que faciliten alcanzar los objetivos de aprendizaje, tal como indica el texto.
- La promoción del compromiso del alumnado con su aprendizaje. No se promueve la motivación de los alumnos, ni se hace caso a la teoría del juego y otras acciones motivadoras, como se pide en el texto.
- Se facilita muy poco la enseñanza para la comprensión, como señala el texto. No se enseña a pensar, sino a preparar exámenes en los que hay que memorizar un montón de datos.
- Se fomenta muy poco la creatividad y el pensamiento crítico, ya que no se realizan actividades abiertas.
- No se fomenta el aprendizaje por descubrimiento, porque apenas se hacen proyectos de trabajo, actividades de investigación que haya que pensar sobre proyectos de la vida cotidiana, como recomienda el texto.
- Se utiliza en muy pocas ocasiones el aprendizaje cooperativo y otros métodos grupales, a diferencia de lo recomendado por el texto.
- La actuación del docente se debería tomar como ejemplo de no sólo el saber, sino también el saber estar (sic).
Por todo ello, y a la vista de que este texto que ha firmado usted como Consejera se está incumpliendo sistemáticamente,
SOLICITA:
Que el método de enseñanza cambie en Aragón tal y como pone en el texto legal antes citado. Esto significa que no se use libro de texto y se deje libertad a los profesores de que puedan elegir el tema que quieran enseñar con sus alumnos.
SRA CONSEJERA DE EDUCACIÓN DE ARAGÓN.-«
Al día siguiente, lo primero que la profesora hizo en clase fue solicitar a nuestra alumna que leyese la instancia. Y así lo hizo. Con cada principio metodológico de la orden legal que la niña leía, se levantaba un murmullo cada vez más elevado entre el resto de los alumnos, mientras la cara de nuestra docente iba asumiendo un rictus severo, proporcional al ruido de fondo del aula. Al terminar con la solicitud de la instancia, la clase prorrumpió en sonoros aplausos y vítores hacia su compañera, que pronto fueron cortados con un discurso firme pero carente de fundamentos del único adulto en esa clase. El trasquilador había salido trasquilado.
Nuestra alumna no ha tenido que hacer desde entonces ningún trabajo extra adicional. Pero, por desgracia, tampoco ha conseguido que haya cambiado un ápice la dinámica metodológica que se criticaba. Al menos sí que consiguió el reconocimiento de sus compañeros y compañeras. Y con esta publicación, me gustaría que al menos, pudiese llegar a la persona a la que iba dirigida: la Consejera de Educación de Aragón. Y por extensión, a todos los consejeros y consejeras responsables de los sistemas educativos de nuestro Estado, a los expertos del Ministerio, de los Consejos Escolares, y a todos aquellos con poder de decisión… que a la postre, en última instancia, son los propios docentes.
Con una pequeña puntualización: cuando la niña dice en su instancia que la norma «recomienda», hay que sustituirlo por los auténticos verbos que, si leéis detenidamente el texto legal, veréis que se emplean: deber y promover. La norma no sugiere; exige que se cumpla. Lo contrario es desobediencia.